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Comunicación en desastres: Comunicación de riesgo

Los desastres, como la actual pandemia por el Covid-19, producen escenarios de alta sensibilidad emocional, política y social, donde el despliegue operativo de acciones rápidas y eficientes deben acompañarse de buenas estrategias de comunicación e información pública, teniendo en cuenta a todos los actores participantes.

Por Dr. Jorge Lastra, Médico Director Área Docencia e Investigación. 
Introducción.
La exposición de Chile es muy elevada a los más variados tipos de desastres naturales, como terremotos, tsunamis, aluviones, erupciones volcánicas, incendios forestales y sequías. Las epidemias también han sido numerosas, sobre todo, aquellas que fueron consecuencia de brotes pandémicos que atacaron a la población, después de migrar por distintas regiones y cruzar las fronteras, afectando a todo el entorno y a cada uno de los habitantes de este país.

Los efectos de los desastres dependen del tipo y la magnitud de cada evento; sin embargo, las condiciones de cada país –igualmente- son determinantes para desarrollar medidas de anticipación y mitigación de daños. Tal es así que el Instituto para el Ambiente y otros centros de estudios europeos, analizaron la probabilidad de terremotos, tsunamis, ciclones, inundaciones y otros eventos naturales similares en 172 países, incluida toda América Latina y el Caribe, y la capacidad de las naciones para enfrentarlos, respondiendo rápidamente y ofreciendo ayuda a sus poblaciones.

Con la combinación de estos dos factores, calcularon el índice de riesgo que señala la posibilidad de vivir un desastre como resultado de eventos naturales y la dimensión del impacto en la población. El índice de riesgo considerado más alto es arriba de un 40 %.
En ese lugar se ubica nuestro país, con 54 eventos de gran magnitud en un siglo, sin considerar las epidemias. En estos 54 eventos, hubo 43.472 fallecidos y 12.677.356 afectados. Respecto de las epidemias, en Chile no existen registros completos del total de afectados por ellas. Sí se conoce la presencia durante el último siglo, de la peste bubónica o tifus exantemático, la viruela, el colera y los distintos tipos de virus respiratorios, como en la “gripe española”, de la que se conoce que mató a 43.113 personas, o los distintos brotes de influenza, que entre los años 1918 y 1976, produjeron cerca de noventa mil muertes.


Como comentamos anteriormente, el daño a la infraestrucura y el número de afectados depende de la capacidad de respuesta de los países y de la preparación que exista frente a las emergencias y desastres. Para el diseño de estrategias de gestión frente a los desastres, es fundamental identificar el ciclo de ellos, puesto que la preparación debe considerar esas distintas etapas.   

En el ciclo de los desastres, se identifican etapas en relación al mismo; es decir, antes, durante y después de ocurrido la emergencia. En la etapa previa, antes del desastre, lo importante es la preparación y el alerta; en medio de él, está la mitigación y el control de daños y después, la rehabilitación y la reconstrucción. En cada una de estas etapas, la comunicación es un componente trascendental de la preparación y la respuesta a la crisis, no solo como un área más de la gestión para enfrentar los desastres, sino que es fundamental también para cada una de las otras dimensiones de la gestión, la logística, el personal, los recursos y la participación de la población. Es decir, las comunicaciones deben ser parte de todas las actividades que desarrollan los expertos y las organizaciones que trabajan en esta materia.

La comunicación tiene esta importancia, pues junto a los efectos físicos de cualquiera de estos fenómenos catastróficos, está el impacto en la salud mental de la población, por la inseguridad e incertidumbre que provocan y que van a dificultar el despliegue de cualquier estrategia, especialmente en la mitigación y el control de los impactos del cataclismo. Para respaldar la importancia de este hecho, en la escuela de sicología española se plantea que la información, percepción e imagen que la población se forme del desastre, hará que esta tenga o no un comportamiento individual y colectivo adecuado frente al evento. Así entonces, es el manejo de esas condiciones, que depende de la comunicación de riesgo, el que facilitará o no la respuesta correcta de la población. O sea, para una adecuada resolución de la incertidumbre y la inseguridad, la comunicación es crítica, para lo cual debe tener algunas características que la hacen efectiva como recurso de control de los efectos de alguno de estos desastres. Los desastres, además, producen escenarios de alta sensibilidad emocional, política y social, donde el despliegue operativo de acciones rápidas y eficientes deben venir acompañadas de buenas estrategias de comunicación e información pública, teniendo en cuenta a todos los actores participantes.

Por su parte, de acuerdo a la OPS, la comunicación de riesgo es fundamental en desastres, pues debe ser entendida como “el proceso de intercambio de información y coordinación de acciones entre autoridades, profesionales de la salud pública, interesados directos y comunicadores para aportar mensajes acerca de la naturaleza del riesgo, que incluyan las preocupaciones y opiniones de la población para una correcta toma de decisiones ante emergencias, así como,… las coordinaciones internas, interinstitucional e intersectorial, para producir acciones que posicionen mensajes claves uniformes”. En este mismo sentido, la declaración de la OPS afirma que el: “ámbito comunitario, - es importante - para promover la preparación y respuesta de la población en todas las fases de la evolución de una emergencias o desastre: preparación, inicio, control, recuperación y evaluación.”

La misma OPS ha definido que los objetivos específicos y los principios de la comunicación de riesgo son los siguientes:

Objetivos específicos son:

  • Dar pautas para mantener informada a la ciudadanía, según los distintos públicos, respecto de una emergencia o evento adverso específico y que amenace la normalidad de personas y grupos de la sociedad, con riesgo de causar pérdidas humanas, materiales, económicas o ambientales generalizadas, en cuestión de horas o días.
  • Promover la adopción de comportamientos de prevención y autocuidado de la ciudadanía, a través de la educación participativa y consultiva.
  • Desarrollar líneas de trabajo para la preparación, respuesta y control de acuerdo con los escenarios previstos en el mapa de riesgo.

Y los principios de la comunicación del riesgo en salud, según la OPS y la OMS, son: La confianza, el anuncio temprano, la transparencia, comprender al público y la planificación.

Preparación de la comunicación de riesgo.

La preparación de la comunicación de riesgo debe ser realizada durante el período entre eventos, aprovechando las experiencias en los accidentes previos y los nuevos conocimientos sobre los desastres.

De acuerdo a la guía de la OMS, se deben considerar los siguientes aspectos:

  • La estimación del riesgo y las posibilidades de ocurrencia de los distintos tipos de eventos, junto con las áreas de mayor impacto potencial,
  • La identificación de los ambitos de prevención y reducción del riesgo, para participar del diseño respecto de dónde intervenir para reducir esas áreas de Fuente: www.cruzroja.cl vulnerabilidades,
  • La preparación de las acciones de respuesta, en relación con la atención de las  víctimas y su rehabilitación, para orientar sobre esta materia
  • El conocimiento anticipado, según el tipo de evento, de las acciones de recuperación.

En el caso de los brotes epidémicos, las normas de comunicación de la OMS promueven que la comunicación sea accesible a toda la población, a la vez que veraz y oportuna y que sea comprensible y sensible al estado de ánimo de la población.

Por todas estas características, los y las médicos -pilar de los equipos que han enfrentado la actual pandemia en lugares de protagonismo- deben mantenerse frente a la población como parte esencial de esta comunicación de riesgo.  La credibilidad que despiertan en la población, su responsabilidad en el equipo de respuesta, sobre todo por su experticia en el actual escenario epidemiológico; y su sensibilidad de las necesidades de la población, sabiduría necesaria que a la fecha parece ausente en las actuales autoridades del país.

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